Desde que Diana Quer desapareciera hace un mes, la familia Quer se ha convertido en el centro de todas las miradas. Los medios de comunicación han aireado sus trapos sucios hasta el punto de que la opinión pública casi les ha convertido en sospechosos de la desaparición.
Dejando a un lado que no creo que sea beneficioso para la investigación ni para la familia esta exhibición pública, se abre un debate sobre la influencia que tiene sobre los hijos y en particular los hijos adolescentes (porque Diana tiene 18 años) la mala relación entre los padres.
La relación con los hijos al llegar a la adolescencia suele dar un giro “inesperado”. Digo inesperado entre comillas porque por mucho que se hable y generalice sobre los cambios que acontecen a los adolescentes, cada chico o chica es distinto y hace su propio proceso. Este giro no es necesariamente negativo como se suele pensar, ya que la relación padres- hijos se convierte en una relación más adulta, más igualitaria en su nivel de participación y por tanto más enriquecedora para todos .
En la adolescencia, los hijos comienzan a expresar más abiertamente sus opiniones, sentimientos, a influir en las decisiones que se toman… Los padres tienen la tarea de incluirles, teniendo en cuenta sus puntos de vista (a menudo críticos), creando un diálogo abierto con ellos, y al mismo tiempo de mantener un lugar seguro en el que todos saben que hay ciertas “cosas que no cambiarán”. Con estas cosas me refiero a valores, normas, maneras de pensar y sentir, y por supuesto al afecto de los unos hacia los otros. El adolescente dice “cuando mis padres se enteren me echarán la bronca y me dirán esto y lo otro” y aunque no le guste también lo agradece porque es coherente con lo que le han enseñado y sabe que detrás hay una buena intención.
En conclusión, la adolescencia pone a prueba la capacidad de la familia para flexibilizarse sin romperse, es decir, para incluir en sus maneras de ser, pensar y actuar nuevas formas, sin perder lo que les hace “esa familia y no otra” y que todo el conjunto sea coherente.
Ahora bien, cuando los padres no se entienden, se pone en riesgo este proceso. Los hijos suelen participar en el conflicto de los padres, ya sea como árbitro, mediador o incitador, pagando el alto precio de no tener una guía segura en sus vidas. Es decir, mientras los padres están inmersos en sus disputas, los hijos andan sin dirección clara o se arriman al cónyuge que más puede beneficiarles en cada momento.
Por tanto, no se trata de si los padres están juntos o separados, sino de la relación que exista entre ellos. Expresándolo en una metáfora, los padres serían los patrones del barco que es la familia y su tarea consiste en ponerse de acuerdo en la dirección del mismo para que la tripulación que son los hijos se sienta segura y la familia llegue al puerto del crecimiento y desarrollo pleno de cada uno.
October 24, 2018 /
Susana Gómez /
Adolescencia