Perdónate
October 01, 2018 / /
Perdónate

Continuando con el tema de la culpa, al que dedicamos el artículo anterior, algunos habéis preguntado ¿Cómo puedo perdonarme? ¿Por qué no consigo liberarme de la culpa a pesar de lo mucho que me hace sufrir? Como en cualquier problema humano, no existe una receta milagrosa pero trataré de aportar un poco de luz sobre estas cuestiones.

Nos construimos como personas en relación con otras personas. Los primeros años de vida son cruciales para el desarrollo de nuestra personalidad y la manera de relacionarnos con los demás. Esta forma de relacionarnos es lo que se conoce como apego y su teoría explica la influencia que nuestras primeras relaciones, generalmente con nuestros padres, van a tener en las relaciones que establezcamos como adultos.

Cuando la culpa se instala en nosotros como manera de manejar las situaciones, podemos plantearnos si esto lo hemos aprendido en nuestras primeras relaciones. Por ejemplo, si cuando éramos niños, nuestro padre o madre conseguía que nos comportáramos “correctamente” bajo la sutil amenaza de causarle un enorme dolor si no cumplíamos, puede haberse creado en nosotros una actitud autocritica que controla nuestro comportamiento permanentemente. Como adultos, sólo nos sentimos válidos cuando obedecemos a esa voz crítica interna que nos dicta como “debe ser” nuestro comportamiento. Si nos desviamos de la norma, nos criticamos duramente para recuperar nuestra autoestima, es decir, el hecho de arrepentirse y torturarse psicológicamente implica que no somos tan malos.

Esta voz crítica puede ser muy dictatorial y hacernos sufrir mucho pero al mismo tiempo nos da una seguridad a la que es difícil renunciar. Por eso deshacerse de ella resulta complicado.

Por un lado, nos hemos convencido de que siguiendo sus “deberías” gustamos a los demás y, aunque esto no suele ser cierto, tenemos miedo del rechazo social que su incumplimiento puede conllevar. Por otro, nos da una consistencia interna como personas, hemos construido lo que somos en base a esas normas internas y no sabemos ser de otra manera. Además, suele ser una voz que nos promete alcanzar una perfección personal y moral.

No obstante, romper con esta voz crítica es un riesgo que merece la pena correr. Nos descubre necesidades y deseos personales que hasta entonces no habíamos prestado atención y desarrollarlos nos hace sentirnos más libres y plenos. Ganamos en flexibilidad y tolerancia, siendo más comprensivos con nuestros errores o defectos y con los de los demás, y aunque sigamos tratando de mejorarnos, lo hacemos partiendo de la aceptación de quienes somos y dentro de unos límites más realistas. Quizá perdamos alguna relación con personas que sólo nos querían por lo que aparentamos ser pero las relaciones que mantenemos serán más profundas y sinceras.

Decía Carl Rogers, psicólogo humanista, que lo paradójico es que cuando me acepto a mi mismo tal y como soy, entonces es cuando puedo cambiar. Tenía mucha razón y añadiría que aceptarnos nos lleva a construir relaciones más libres y sanas porque nuestro amor propio no depende del reconocimiento ajeno sino sólo del nuestro.